Libro de Nehemías (8,1-4a.5-6.7b-12):
San Lucas (10,1-12):
Donde hay alegría reina la paz. La alegría es fruto de la paz. Las dos son fruto del Espíritu Santo.
Todo “don” del Espíritu, como tal “don”, siempre son inseparables el uno de los otros. Es como una línea, está formada por puntos pero estos no se distinguen, formando una única imagen o figura. Son un “todo”. Como un “todo” ha de ser aquel en quien habita Dios.
Cuando este “todo” vive en armonía , surge la alegría. La experimenta y la transmite.
Esto, es lo que me sugiere a mi hoy, la Palabra de Dios.
Dios, también además de habitar, reina en su fruto; y se complace en ello. Habitar nos habita. Para que reine, le hemos de dar nuestro consentimiento.
El amor de los padres a los hijos, no depende de estos, pero si que depende el ser receptores de ese amor.
Al no ser receptores, tampoco pueden ser portadores. Esto pasa con cualquier amor verdadero.
En el mundo hay caudal a raudales de buena energía. Lo que faltan, son canales receptores. Por eso parece que lo que abunda es el mal.
Reinado y paternidad de Dios son la misma esencia. Dos figuras diferentes a los ojos humanos, por el concepto que podemos tener de los reyes del mundo. Como muchas veces la paternidad de Dios, según la experiencia de paternidad humana que uno puede tener, entonces así la ve. Por eso también, paternidad y maternidad, en Dios son inseparables.
Estas dos figuras de Dios, son las que nos presenta el Hijo, Jesús, al referirse a Dios. ¿Cómo vivir el Reino de Dios según su vida y sus planes.?
En el Padre-Madre, nos muestra el perdón y la misericordia del mismo Dios.
Así como Cristo se identifica con la imagen del Padre; el Espíritu Santo se identifica con las entrañas maternas de Dios.
Cuando estamos disponibles y receptivos a escuchar la palabra de Dios, todo cambia, o por lo menos todo puede cambiar en nuestra vida.
Es importante esa actitud de “ Amén , Amén” que leemos en la primera lectura de Nehemías.
No es amén , amén , después de escucharla, es antes, cuando se abre el libro para bendecir a Dios, y dar comienzo a proclamarla y escucharla.
En el amén, amén, estoy manifestando que quiero escuchar al señor, no sólo oírlo.
El amén, amén, me dispone a escucharlo, previo abandono de mis conceptos o intereses. También mis justificaciones.
También es cierto que la lectura era explicada con sentido, con claridad, y comprensible a los oyentes. Al pueblo.
De ahí que el Espíritu que habita a cada persona, cuando se encuentra con el “amén, amén, por nuestra parte, es decir, con nuestro consentimiento; es entonces, cuando hace germinar esa semilla que es la Palabra.
A parte del amén, amén, también cuentan las condiciones en que es sembrada: con sentido, con claridad, comprensible…y añado yo, “experimentada”.
Es entonces cuando la Palabra de Dios se convierte en Vida, en mí.
La vida siempre es causa para la alegría, para el gozo, para disfrutar.
Sean los efectos que produzcan, siempre son vida.
Puede hacernos llorar porque nos despierta a nuestra realidad. Puede causarnos tristeza por nuestra ingratitud e infidelidad a ese amor que descubrimos que Dios nos tiene.
Puede hacernos pensar y sentir que, cómo Dios puede comunicarse conmigo que…, entre otras cosas, no soy digno.
Es lógica la actitud de aquellas personas que tenían a Dios como el innombrable. Aquel, del que sólo se podía esperar un control de conducta, eso como lo más benévolo; y si no el castigo, algo que se podía entender como justo por no cumplir la Ley dada a moisés.
Hoy esta actitud, sentimiento y manera de experimentar a Dios, nos parece incomprensible. Claro, porque ya Cristo-Dios, se hace uno con nosotros.
Pero antes de Cristo, Dios se manifiesta a través de otros hombres con las propias limitaciones de éstos.
¡Amén, Amén!
Para que la vida de Dios sea causa de mi alegría ¡ Alégrate, el Señor está contigo!
Dios a través del profeta Nehemías, nos manda “celebrar” y “compartir” la alegría.
La alegría no se calla, se vive, se comparte. Se vive, celebrando. Se comparte, haciendo extensible los elementos de la celebración a los demás.
Todo efecto de la Palabra de Dios si no tiene consecuencias sobre los demás, no son verdaderos; son espejismos de nuestra imaginación y fantasía.
Los efectos sobre los demás siempre han de ser de vida; además, tangibles.
Compartir con el que no tiene. Compartir no sólo la emoción y los sentimientos. Si no y sobre todo, lo material. “Enviad porciones a quien no tiene”. No nos dice, dad de lo que os sobra. No. Dad de aquello con lo que vosotros mismos celebráis.
La Palabra de Dios siempre es gozo, vida compartida.
El cristiano compungido y triste nunca será reflejo de Dios.
Nos dice el salmo 18:
«Los mandatos del Señor siempre son rectos y alegran el corazón”.
¿ Puede un corazón amargado, anunciar y sembrar paz?
Imposible. Un corazón amargado y triste es en si mismo, de principio, un corazón enfrentado consigo mismo. Todo enfrentamiento produce lo contrario de la paz.. No sólo lo es consigo mismo, sino, también con los demás. En sus sentimientos de rencores, de envidias, de rivalidades. De descontento en general.
Un corazón triste no es dinámico como nos pide Jesús para anunciar y llevar la paz. Ni la paz de Dios ni la paz de los hombres.
La lectura de Nehemías nos prepara para ser mensajeros creíbles de Jesús.
Nadie puede dar lo que no tiene. Nuestro fracaso en la vida como personas y como cristianos, está en querer y pretender dar lo que no somos ni tenemos. El fracaso no está en que los demás lo reciban o no.
El Reino de Dios se anuncia con la propia vida, extensible en la voz, y en clave de Dios.
Sabiendo y asumiendo que no somos La Palabra.