Hechos de los apóstoles (12,24–13,5): San Juan (12,44-50)
Oración antes de la acción. Oración para la acción.
Oración y ayuno. No separada del ayuno. La oración sin ayuno no es eficaz. No me permite ser impregnado por la fuerza y acción de Aquel a quien me dirijo, del que dependo. El primero que tiene que ser accionado por el Espíritu soy yo. Imposible que si yo no estoy lleno de Él, pueda compartirlo y verterlo sobre los demás.
Yo no soy la Palabra, sólo portador.
Yo no soy la salvación ni ejemplo de salvado. Sólo soy, he de ser, testigo, con mi actuar.
No soy ejemplo de salvado porque cada persona es salvada con y por su propio nombre, además de cómo es.
El ayuno no es un ayuno cualquiera. No se puede quedar ni ser, una practica de mortificación, provocada por ausencia de alimento corporal para el estomago, aunque, si este me favorece y no me crea neurosis y visiones imaginarias, fruto de alucinaciones, no debo de rechazarlo.
El ayuno verdadero es el que deja espacio libre en mi “yo” para poder ser alimentado, gustar y ser saciado por la Palabra.
Ésta es la acción del Espíritu en el que “ora”. Por eso el ayuno del orante y apóstol, ha de ser vaciarse de uno mismo, dejarse vaciar por el que nos conoce y asiste.
Vaciarme de mis palabras y criterios, para así, poder sentir y actuar en comunidad. En comunidad se nos da el Espíritu. Es así como podemos tener un mismo pensar, sentir y compartir. Cuando sus efectos sean los de que puedan decir, mirad como se aman. Es entonces cuando, ni de Pablo, ni de Pedro ni de Apolo; si no de Cristo.
Antes de hablar a los hombres de Dios, hablar a Dios de los hombres. Y antes, dejar que Dios en su Palabra y desde su Espíritu, nos hable a nosotros desde nosotros mismos. ¡Escuchémoslo!
No ir, no buscar ir; ser enviado. Todos somos llamados a ser testigos con nuestra vida, del Resucitado. Pero cada uno desde el talento que le ha sido dado. De ahí el “ don” de discernir, del que envía. Éste, el que envía, no puede vivir aislado. Tiene que formar parte y ser de la comunidad con la que ora y ayuna. El que preside comparte también la imposición de manos y el envío.
Jesús “gritó” diciendo… ¡Ojo! Nos alerta de que Él, es la imagen viva y única del Padre. Imagen única y viva del Padre, en su hacer y decir y en su decir y hacer.
No separa acción de mensaje, ni mensaje de acción. Es imagen viva y única del Padre en su oración y ayuno. Es el testigo por excelencia.
Ya no es aquel “simple hijo del carpintero”. Sí, también lo es, pero en su plenitud. Si sabemos ver y contemplar en José la paternidad del Padre Dios, del Padre de Jesús.
En ese grito de alerta, Jesús pone de manifiesto que su misión no es hacer un juicio de condena y de muerte. Su misión es una oferta de vida, de salvación; con y desde un proyecto que engendra y da vida, amor, amor, amor, más amor. Él, siempre va a dejar el juicio para que cada uno lo hagamos de y desde nosotros mismos…
¿Cuando te vi , Señor, como tú me estás diciendo y “ te “ socorrí?
Cuando lo hiciste con uno de estos mis hermanos, conmigo lo hiciste.
La pregunta será para todos igual. La respuesta de sorpresa también será la misma pero al revés.
¿Cuando te vi , así como tú me estás acusando y no te socorrí?
La respuesta será la misma pero en negativo.
Cuando “no” lo hiciste con cada uno de mis hermanos.
La oferta de salvación es para todos, no para algunos. Los algunos, podemos ser los que confundamos Padre de todos y amor compartido, con derechos de primogenitura.
Sólo testigos y enviados. Sólo desde la oración y el ayuno.
Un mismo espíritu, un mismo sentir, manifestado en un mismo compartir. ¡ con todos! ¡ Mirad como se aman!
¡ ABBÁ, AMÉM, ALELUYA !